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LA LEYENDA DE DIONISO

09 Abr

La leyenda cuenta que Zeus tomó al infante Dioniso y lo puso bajo la tutela de las ninfas de la lluvia de Nisa, que le criaron en su infancia y niñez, y que por sus cuidados fueron recompensadas por Zeus con el ascenso entre las estrellas como las Híades. Alternativamente, fue criado por Maro.

Cuando Dioniso creció, descubrió la cultura del vino y la forma de extraer su precioso jugo. A este respecto, la leyenda narra lo siguiente: Dioniso se encontró con un frágil tallo de parra, sin pámpanos, racimos o fruto alguno. Le gustó, y decidió hacer algo para preservarlo. En primer lugar, lo introdujo en un huesecillo de pájaro. Tan a gusto se encontró el tallo, que siguió creciendo. Fue entonces cuando tuvo que trasplantarlo al interior de un hueso de león. Posteriormente, hubo de pasarlo a un hueso de asno, de mayor tamaño. Al tiempo, el tallo se convirtió en una parra y dio su fruto. Entonces descubrió Dioniso las propiedades de su zumo fermentado. Por la anterior génesis del tallo se interpretan los estados que infunde el vino al bebedor. Si bebe con moderación, éste se encontrará alegre y fuerte (como un pájaro y como un león, respectivamente). Pero, en caso de superar cierta cantidad, y de que esto suceda asiduamente, el bebedor se volverá tonto (como un asno).

Hera hizo que se volviese loco y le empujó a vagar por diversas partes de la tierra. En Frigia la diosa Cibeles, más conocida por los griegos como Rea, le curó y le enseñó sus ritos religiosos, y así emprendió su recorrido por Asia enseñando a la gente el cultivo del vino. La parte más famosa de sus viajes es su expedición a la India, que se dice que duró varios años. Volvió triunfante y asumió la introducción de su culto en Grecia, pero se le opusieron algunos príncipes que temían los desórdenes y la locura que éste acarreaba.

 El culto

Puesto que los antiguos griegos creían tradicionalmente que Dioniso era una adición tardía al panteón griego, había cierto rechazo hacia su culto. Homero sólo le menciona brevemente y con bastante hostilidad. Eurípides, uno de los que le dió más relevancia al culto, escribió Las Bacantes, en esta obra, Dioniso vuelve a su lugar de nacimiento, Tebas, gobernado por su primo, Penteo. Penteo estaba enfadado con las mujeres de Tebas, incluyendo a su madre, Ágave, por adorar a Dioniso contra su voluntad. Los adoradores de Dioniso eran mujeres salvajes y sedientas de sangre llamadas Ménades, quienes destrozaron a Penteo después de que éste fuera atraído a los bosques por Dioniso. Su cuerpo fue mutilado por Ágave, su madre.

Cuando el rey Licurgo de Tracia oyó que Dioniso estaba en su reino, envió a prisión a todas sus seguidoras, las Ménades. Dioniso huyó, refugiándose con Tetis y enviando una sequía que hizo que la gente se sublevara. También volvió loco a Licurgo, y éste descuartizó a su propio hijo con un hacha, creyendo que era un brote de hiedra, planta consagrada a Dioniso. Un oráculo afirmó entonces que la tierra permanecería seca y baldía mientras Licurgo siguiera vivo, así que su pueblo lo mató y descuartizó. Con Licurgo muerto, Dioniso levantó la maldición.

Las Grandes Dionisias de Atenas eran, sin duda, las más importantes celebraciones que, en honor a Dionisos, se realizaban en todo el ámbito griego. Duraban varios días, pero ahora no podríamos establecer una cronología exacta del desarrollo de los diversos actos. Se sabe que la imagen de Dionisos era conducida procesionalmente hasta un templo vecino a la Academia, y luego devuelta al teatro. En ese desfile participaban hombres y mujeres, incluso jovencitas. Al frente marchaban los sacerdotes del dios y los coregos, así como los magistrados de la ciudad. Detrás de ellos formaban un grupo de jóvenes atenienses armados (los efebos, pertenecientes a una escuela militar preparatoria, la efebia, adonde se ingresaba a los dieciocho años) y que constituían la guardia de la estatua. Todos los adeptos iban coronados de pámpanos y algunos de ellos llevaban cráteras de vino. Detrás de los iniciados y de la imagen del dios marchaban las canéfonas (o cistóforas), doncellas que conducían canastillos con frutas y culebras atadas. A las canéforas seguían hombres disfrazados de sátiros, silenos y panes. Las canéforas eran doncellas que conducían las garrafas para las libaciones. Más tarde, se sumaron a los citados unos sacerdotes llamados falóforos, que conducían un gran falo y entonaban las estrofas llamadas fálicas; y los italóforos, que vestidos de mujer, de blanco, imitaban el andar de los borrachos. La procesión se cerraba con el licnón o aventador. El gentío regresaba por la noche, a la luz de las teas.

En el día segundo de las Dionisíacas tenían lugar los certámenes teatrales: por la mañana una tetralogía, y por la tarde, una comedia, representaciones que se repetían los días siguientes.

«Desde varios meses antes se habían preparado pacientemente las piezas que iban a representarse, se habían ensayado los diálogos, la música y las canciones y bailes del coro, se habían nombrado los jurados que representaban a las diez tribus de la ciudad, y elegían al poeta triunfante. Éste recibía como premio simbólico una corona de laurel y un cabrito, como recuerdo de cuando la tragedia era una fiesta rústica de sátiros que festejaban a Dionisos. Pero también recibían, los poetas, un premio en dinero que les compensara los gastos de la representación. Algunos ciudadanos ricos, nombrados coreutas, tomaban como carga pública proveer los gastos del teatro. Se consideraba un honor la función de pagar a los actores y autores, a los músicos, bailarines y decorados. Y esos gastos solían ser considerables. El orador Demóstenes, en una de sus filípicas, dijo que Atenas gastaba más en su fiesta teatral de todos los años que en equipar una escuadra. Así es como pudo surgir ese milagro que se llamó el teatro griego. A lo que se puede agregar que las escuadras atenienses (más baratas que el teatro) también ganaban batallas».

Heródoto llamó a Baco «el dios de las máscaras», lo que vendría a confirmar, por un lado, la tradición griega que sostiene que el teatro se originó en las fiestas báquicas; y por otro lado, el antiquísimo origen báquico del carnaval.

Es ya doctrina inamovible que las grandes Dionisias (o Dionisíacas) atenienses constituían la mejor ocasión para el lucimiento de los dramaturgos. Vestidos de sátiros, los viejos actores griegos representaban la pasión y muerte de Dionisos, uno de los actos centrales de los «misterios».

Las bacanales eran fiestas orgiásticas para los iniciados en el culto secreto del dios, y traen su origen en los ritos desenfrenados a Cibeles, Baco, Atis y Sabacio que se celebraban en Frigia y en Tracia. Los tracios, especialmente, adoptaron el antiguo culto de Baco y lo dotaron de características bárbaras.

«.. ¿Por qué encanto sombrío, por qué ardiente curiosidad, hombres y mujeres eran atraídos a esas soledades de vegetación lujuriante y grandiosa? Formas desnudas, danzas lascivas en el fondo de un bosque…, después risas, un gran grito y cien bacantes se arrojaban sobre el extraño para dominarlo. Debía jurarles sumisión y someterse a sus ritos o perecer. Las bacantes domesticaban leones y panteras que hacían aparecer durante sus fiestas. Por la noche, con serpientes enroscadas en los brazos, se prosternaban ante la triple Hécate; después, en rondas frenéticas, evocaban el Baco subterráneo, de doble sexo y cabeza de toro. Pero, ¡desgraciado del extraño, desgraciado del sacerdote de Júpiter o de Apolo que viniera a espiarlas! Era descuartizado».

Las bacantes se vestían con pequeños trozos de piel de tigre o de pantera, que ceñían a sus nerviosas cinturas con sarmientos verdes. Cada una llevaba su tirso -báculo coronado de hojas de parra o hiedra-, y su tea encendida. Al compás de tamboriles, címbalos, flautas y otros ruidosos instrumentos de percusión y de aire, las bacantes iniciaban sus danzas hasta alcanzar ese estado que los griegos llamaban enthusiasmo (es decir, poseído de un dios), durante el cual las mujeres gritaban el nombre místico del dios, Iacos, o bien ¡Evohé!, que, según los iniciados, era el grito de aliento que Júpiter-Zeus dirigió a su hijo durante la gigantomaquia. Se supone que Evohé equivalía a: ¡Valor, hijo mío!».

En Macedonia, las bacantes eran denominadas clodones y mimalones. Mimas era un monte del Asia Menor, a cuyo pie residía una comunidad de bacantes.

Recibieron también el nombre de dodonas, eleidas (por otro de sus gritos extáticos, ¡eleleu!), tíadas y ménades («furiosas».

Las bacanales lograron una gran difusión en el ámbito del Mediterráneo, incluida la monoteística Palestina y la Siria seléucida y greco-romana posterior.

Comentando al escritor H. Jeanmaire, Emile Mireaux dice que «en la Grecia primitiva existió una sociedad de mujeres, en la que se progresaba de iniciación en iniciación. Esas iniciaciones se hallaban vinculadas, en su origen, con los cultos de las grandes divinidades femeninas: Hera, Artemisa, Atena, Deméter, herederas más o menos directas de la Gran Diosa del mundo egeo, diosa del árbol y de la vegetación, dama de las fieras y de la naturaleza salvaje. Habían de ser acaparadas progresivamente y asimiladas por el culto de Dioniso. Iban acompañadas de danzas frenéticas y acompasadas por la flauta, que pronto llevaban a las bailarinas al estado de trance y éxtasis, con la boca abierta, la nuca doblada, todo el cuerpo tenso y echado atrás, en actitudes que evocan las de las clásicas crisis de histeria. Incluían alocadas carreras en procesión, a la luz de antorchas, a través de zonas boscosas y montuosas. Las iniciadas de las más antiguas categorías llevaban sin duda, en esa ocasión, al menos en el culto de Dioniso, la nébrida, la piel de cervatillo, del animal sacrificado para ellas en el curso de una iniciación anterior, sacrificio que iba acompañado generalmente de laceración. Es verosímil, por fin, que algunas de esas iniciaciones, principalmente la que se hacía en la época de la pubertad, exigían un tiempo de retiro a veces bastante prolongado, durante el cual las futuras iniciadas eran sometidas a pruebas, se aislaban y por grupos se escondían en la naturaleza Salvaje.

La belleza y el salvajismo del culto han llegado hasta nuestros días de la mano de Eurípides y su obra Bacantes.

Matronas respetables y angelicales doncellas subían en procesión a un monte solitario y durante unos días, sin contacto con hombre alguno se lanzaban a un desenfreno de alcohol, misticismo y alucinógenos.

El rito contenía muchos elementos bárbaros, como despedazar a pequeños animales vivos y comérselos. Pero también mucho contenido erótico. Eurípides cuenta que pasaban noches enteras bailando desnudas, excitadas en un éxtasis no solo alcohólico.

Los maridos encontraban fastidiosas esas prácticas, pero no osaban oponerse a la religión.

Las mujeres, durante esos días desarrollaban un amor hacia lo salvaje y un ansia por un modo de vida más primitivo.

Se suponía que dichas prácticas fomentaban la fertilidad y las matronas hacían de sacerdotisas proporcionando alcohol y placer a las jóvenes llamadas Ménades.

Todo ello tenía como objetivo que las mujeres obtuviesen el entusiasmo que etimológicamente significaba la «entrada de Dios» en la iniciada. Las mujeres que consideraran que habían hecho el amor con los dioses se consideraban afortunadas y protegidas.

Así el hombre, que tiene una parte divina y otra terrestre, al comer al dios Baco intentarán ser más divino.

Se supone que dichos rituales no desaparecieron completamente y se mantuvieron en la clandestinidad bien entrada la edad media.

Información recopilada de Internet

 
1 comentario

Publicado por en 04/09/2011 en Literatura Histórica

 

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Una respuesta a “LA LEYENDA DE DIONISO

  1. sheina leoni

    04/09/2011 at 20:39

    Muy interesante!!

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